Una pequeña letra baila por el contorno de la hoja. En su mano lleva atado un globo. Es tan graciosa... Baila sin cesar, ríe y juega con su pequeño globo. Lo suelta, lo agarra, le da pequeños golpes para que vuele alto y luego lo vuelve a agarrar. No quiere perderlo. Empieza a correr, el globo atado a su muñeca va detrás. Parece ser su mejor amigo. En este gran folio en blanco el globo es su único acompañante. La letra empieza a dar pequeños saltos, pesa tan poco que aguanta en el aire durante unos segundo. De repente el nudo de la muñeca se desata y el globo sale volando, se pierde en el inmenso cielo azul, mientras que la letra, la pequeña y solitaria letra, empieza a vagar sola por el contorno de esta página, no baila, no salta, no ríe, no llora... Ya no habla, ya no dice nada. No duerme, no come. Pasan semanas y lo único de hace es andar, de un margen al otro, andar. Camina despacio, pisando fuerte la delgada línea. Pasaron los días y la letra ahí seguía, caminando. Hasta que un día, se sentó justo en el centro de la blanca hoja y se dijo a si misma:
-Jamás va a volver, jamás lo voy a encontrar. Por mas que busque no lo voy a hallar, jamás aparecerá, lo he perdido, para siempre.
Fue entonces cuando se echó a llorar. Lloró con todas sus fuerzas. Entonces me di cuenta de algo muy entraño, lloraba tinta, tinta que escribe esta historia. Tinta que relata, mas concretamente, su historia. Y así es, la letra no volvió a estar jamás sola, pues tenía un montón mas de letras con las que jugar, bailar y reír. Aunque eso sí, todas las noches se quedaba unos instantes mirando al cielo sonriendo.
(On Twitter @PersonSmiling)
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