La confianza es andar por un hilo tan fino como un cabello, con los ojos vendados y sin saber que hay debajo. Caminas recto siguiendo una oscuridad infinita que desconoces. Tal vez el hilo tiemble, tal vez el hilo se tambaleé, pero tu seguirás ahí, confiando en que si caes habrá algo blando debajo, o que al menos alguien agarrará tu mano. Las pruebas de confianza consisten en cerrar los ojos y dejarse caer. Tal vez ocurra lo que esperas, o tal vez el golpe sea tan fuerte que te enseñe de una vez por todas la lección. Siempre creemos haber aprendido, pero siempre hay una pregunta que no está en los libros que hemos estudiado, o en los golpes que ya nos hemos dado.
Siempre confiamos ciegamente, nunca conseguimos quitarnos la venda de los ojos. Siempre caminamos perdidos libremente, pero de repente alguien nos coge de la mano y nos guía. Al principio todo parece una fantasía pero después te sueltan, prefieren guiarte con la voz que darte la mano. Hasta que después de un tiempo llega un día en que esa voz que te guiaba deja de sonar. Un profundo silencio te invade y ya no sabes si seguir o parar. Asusta la idea de caer, de tropezar. Acostumbrados a la compañía nos volvemos a acostumbrar a la soledad. Una soledad que nos acompaña como los anuncios en la parte más interesante de la película. Confiar consiste en saber que aunque hoy estés solo, mañana llegará alguien que te volverá a acompañar. Confiar consiste en perderse y saber que alguien te va a encontrar. Confiar consiste en saber que quien te encuentre te va a cuidar. Confiamos en quien creemos mejor, pero hasta que no vemos los peor de esa persona, no sabemos si podemos confiar o no. Confía en quien tu quieras, pero sobre todo confía en ti; verás que si te caes, tu solo te podrás
levantar.
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