Mientras el frío y las gotas de lluvia
atraviesan mi ropa y se funden con mi piel, mis labios tiritan confusos
saboreando las saladas lágrimas que han decidido unirse a la tormenta. Un
gélido vacío actúa como una corriente de viento creándome eternas dudas sobre
por qué no estás, mi respiración empieza a tropezarse con cada recuerdo
proyectado en mis retinas como si estuviese ocurriendo en este mismo instante.
Inspiro cortas y breves bocanadas de aire que me aceleran el ritmo cardíaco,
que hacen que la sangre circule todavía más rápido por mis venas cargadas de
prejuicios que les hacen imaginar miles de finales para un solo cuento. Y
mientras la presión del pecho aumenta tanto que a mi corazón le deja de llegar
el aire, otro puño acaricia la pared cargado de rabia reprimida que ya no sabía
por donde escapar. La mirada perdida en la oscuridad de mis ojos cerrados,
imaginando que cuando se abran el sol brillará en el cielo. Cansados de
escuchar llover mis oídos han preferido obligar a mis cuerdas bocales a vibrar,
escupiéndole al aire entre gritos el asco que mi alma le tiene a la lluvia.
Porque mientras mi cuerpo observa las gotas caer en el suelo sonriente, el olor
a mojado inunda mis pulmones de sentimientos tan tristes como un cielo gris.
Perdida entre confusos escalofríos, con los pies helados de caminar descalza
por la fría distancia que me impide abrazarte, agarrada a la mano de alguien
que me obliga a seguir avanzando, noto como el silencio se me acerca por detrás
y me susurra al oído advirtiéndome de quien me guía en esta noche oscura
repleta de pesadillas. La soledad, fingiendo prestarme ayuda cuando en realidad
lo único que hace es arrastrarme hacia el ahogo de necesitar un "no estás
sola" y sentir como el único que te habla es el silencio.
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