Tampoco te odio por el huracán de emociones ni por el diluvio de recuerdos. Simplemente te odio por irte, por dejar que un simple vendaval me aleje de ti. Que una simple brisa marina me despierte sola en mitad de una playa desierta de personas, desierta de amigos o de simplemente conocidos. Me alejaste de todo, me separaste hasta de los que consideraba familia y una vez allí, lejos, me abandonaste a mi suerte perdida en un laberinto sin salida. Pero opté por escalar y conseguí otra perspectiva, te vi perdido, se te había olvidado el camino de vuelta a casa. No pude evitar reír cuando te vi allí solo. La verdad es que no pensaba ayudarte, tan solo me senté a observar como te ibas tirando piedras a tu propio tejado hasta hundirlo. Cuando te diste cuenta, intentaste avanzar, volver a por mi, me necesitabas, me echabas de menos, lo vi en tus ojos y en tu falsa sonrisa. Pero ya era tarde, yo ya no estaba allí. En mi lugar había otra, otra con la que intentaste olvidarme, otra que te hizo recordarme más. Y ahora cada vez que te quedas solo de nuevo piensas en mi, en lo feliz que se me ve lejos de ti y en como no me afectó que te fueras.
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