viernes, 8 de agosto de 2014
Fuego.
Hablo de arder, pero no de arder como arde la pasión sino de arder como arde el odio. El odio te abrasa por dentro transformando en rabia todas esas palabras que te callas por no aumentar la pelea. Rabia que se consume en tus nudillos mientras impactan con la pared. El odio infiltrado en tus venas recorre tu organismo hasta volver al corazón, destrozando todo lo que ve a su paso; sonrisas, recuerdos, miradas, sentimientos... Todo reducido a cenizas que aún arden. Quemado por dentro aspiras una fuerte bocanada de aire que parece calmar el incendio. La mantienes dentro unos segundos tratando de encontrar esa paciencia que ya no te queda y la sueltas, escupiendo aire cargado de basura y de dolor. Sonríes para fingir que estás bien como de costumbre, das la razón como a los tontos, asientes sin cesar... Pero sabes que el pulso se te está volviendo a acelerar, que los nervios le están ganando a la paciencia, que ahora mismo eres como una bomba de relojería y en cualquier momento podrías explotar. Necesitas estar solo. Pagas con la pared unos cuantos problemas, le gritas a quien no toca otros pocos, te separas de quien no tiene la culpa y te olvidas de quien te apoya. Soledad se llama a lo que necesitas. Porque a una bomba o le cortas el cable adecuado o estalla. Y sabes que como alguien se equivoque, las consecuencias pueden ser demoledoras. Cierra los ojos y respira, ahora toca limpiar las cenizas y empezar a replantar de nuevo.
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