sábado, 25 de octubre de 2014

Llueve.

Abrir los ojos en mitad de la tempestad, notando como las gotas de agua recorren tu rostro fundiéndose con tus lágrimas saladas. Ahogarte con tu propio ansia de más, de querer más, de necesitar más. Y mientras oyes el agua caer gritas, escupes palabras ácidas que se traga el viento. Nadie te escucha al igual que nadie está viendo como poco a poco te estas deshaciendo, como poco a poco te estas rompiendo. Nadie ve como los pequeños pedacitos de ti están cayendo al suelo convirtiéndose en añicos. Nadie entiende porque tu respiración está tan acelerada, y es que nadie sabe la presión que está produciendo tu corazón en el pecho al intentar salir para darle dos hostias a ese que hace un rato estaba prometiéndote la luna. Nadie sabe el dolor que causan los pulmones ahogándose por la falta de aire, desinflándose como globos poco a poco. Son tantas las palabras que nunca dices, son tantos los sentimientos que te guardas, que a veces notas como se te forman nudos en la garganta, como te atragantas con todas esas palabras que no dices. Nadie se está dando cuenta de que estás tirada en el suelo sufriendo un ataque de ansiedad, nadie ve como el mundo te está dando una paliza en mitad de la calle, nadie escucha como gritas auxilio mientras las mentiras te revientan a patadas, mientras el humo negro de tu pasado y no el del tráfico está acabando con tu respiración. Estás muriéndote por dentro mientras el mundo exterior avanza sin pausa. Los semáforos siguen cambiando de color, la lluvia sigue cayendo, la gente sigue caminando con capuchas y paraguas, las ruedas de los coches siguen girando, los autobuses sigue con sus rutas y tu ahí estás, avanzando entre un montón de gente que no te conoce ni se parará a hacerlo. Sintiendo todas esas hemorragias internas causadas por los golpes del tiempo pero callada y sonriente por fuera, como si la vida no fuese lo suficientemente puta como para hundirte.

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